martes, 28 de junio de 2011

Diario de un delfín

     Hoy ha sido un gran día para mí, después de mucho tiempo protegido en el vientre de mi madre por fin he salido al exterior. El primer contacto con el agua del mar es delicioso, qué ganas tenía ya de sentirlo. No era como me imaginaba, pero ella, rápidamente, me ha llevado a la superficie para respirar  por vez primera... ¡Qué emoción!        
     Aún no veo demasiado bien aunque sí noto constantemente la presencia de mi madre, está siempre pegada a mí, me protege, juega conmigo y sobre todo me quita esa desagradable sensación que es el hambre... es tan buena.
     Cada vez nado mejor, mi visión es más clara y escucho de maravilla, sin embargo lo que no se me da muy bien es oler las cosas, pero bueno, no pasa nada, me han dicho que no me será especialmente necesario. Eso sí, lo que me encanta es jugar; me paso el día jugando con mis amigos, no somos muchos pero nos lo pasamos en grande, viajamos constantemente de un lado para otro y vemos muchas cosas bonitas. Mi madre está pendiente de mí como el primer día, la quiero tanto.
     Hoy hemos vivido una experiencia extraordinaria, todo estaba en calma cuando de repente se ha empezado a escuchar un sonido nuevo que se iba acercando a nosotros, procedía de algo muy grande, nunca había visto nada parecido. Como somos muy curiosos y juguetones hemos decidido ponernos a su lado para ver qué era y acompañarlo un rato. He podido distinguir en la parte más alta de esa "cosa" a unas criaturas que nos hacían una especie de señales y nos decían algo, la verdad es que no los he entendido muy bien pero me gustaban, podrían ser nuevos amigos con quienes jugar. Además, son buenos, porque nos han tirado comida y estaba muy rica. Tras un buen rato de estar con ellos e intercambiar multitud de sonidos y hacerles unas cuantas cabriolas en el aire que por lo visto les gustaban mucho nos hemos despedido y  continuado por nuestro camino. Me gusta haber podido encontrar amigos diferentes.
     Llevamos muchos días nadando en la misma dirección, me ilusiona todo lo que veo, descubro cosas nuevas a cada instante y no paramos de jugar. Soy muy feliz.
     Empiezo a escuchar una multitud de ruidos que parecen aproximarse por todas partes. Mi madre se pega a mí, parece intranquila al igual que los demás miembros del grupo. ¿Qué estará sucediendo? Mi sentido del oído, muy fino, empieza a abrumarse por la cercanía de los sonidos y sobre todo por la "melodía" de esos sonidos... no me gustan nada.
     Intentamos dar la vuelta y escapar, pero ya es tarde, muchas embarcaciones pequeñas nos han cortado el paso rodeándonos y nos obligan a nadar hacia la costa. Mi madre está cada vez más nerviosa y noto en sus ojos una preocupación que nunca había visto antes.
     Nos han encerrado en una ensenada y puedo ver con preocupación que no somos los únicos, hay cientos como nosotros aquí. Reina un ambiente de miedo y de histeria colectiva al compás de ese ruido infernal que se cierne sobre nosotros y que casi no nos deja respirar. Puedo atisbar que los que emiten parte de esos sonidos terroríficos son como aquellos amigos que días atrás nos echaron comida... pero no son los mismos. El ruido aumenta de volumen  por momentos y han sacado una especie de varas largas terminadas en puntas de metal que se las están clavando a mis hermanos. El griterío es ensordecedor y el terror se palpa por doquier, ¿por qué está pasando todo esto?
     Un lanzazo ha alcanzado a mi madre que sigue pegada a mí, protegiéndome, dándome su calor y su aliento pero sus ojos se están quedando vacíos y sin brillo, noto con tremenda impotencia como su vida se está escapando irremediablemente a través de un inmenso corte en su espalda. El agua que nos rodea ya no es cristalina, el rojo de la sangre se ha adueñado de toda la bahía dándole un aspecto dantesco, infernal. Todos están muriendo masacrados y casi puedo masticar el horror de este  momento.
     Me duele, me duele muchísimo el costado. Al final me han clavado a mi también ese puñal de la sinrazón, ese puñal de la barbarie más absoluta. Mi sangre, caliente, se está escapando a borbotones a través de la herida y no entiendo absolutamente nada, no entiendo por qué no podré volver a jugar más con mis amigos, por qué no podré descubrir más cosas nuevas, por qué no podré volver a sentir el amor de mi madre... Todo se ha vuelto oscuro, muy oscuro y tengo frío, mucho frío y sigo sin poder entender nada de lo que ha pasado aquí.

    Al igual que nuestro desdichado protagonista yo tampoco alcanzo a entender la crueldad extrema, el horror más absoluto, la bestialidad más disparata que el ser humano es capaz de llegar a infligir ya sea a sus semejantes o a sus compañeros de viaje en este planeta azul. La realidad es muchísimo más cruenta y horripilante de lo que torpemente he podido describir en esta historia. Cada año, en el Parque Nacional de Taiji (Japón), mueren asesinados veintitrés mil cetáceos entre delfines y marsopas. Esta dramática situación se produce motivada por los pingües beneficios que genera la venta de delfines a acuarios  y parques marinos. De esta matanza se seleccionan unos pocos, que son vendidos al mejor postor, y el resto acaban muriendo cobardemente masacrados sin piedad.
     Cuando vemos a un delfín el único sentimiento que puede venirnos a la mente es el de la ternura. Juguetón insaciable y curioso hasta la médula yo le llamo el perro del mar por su similitud y capacidad de congeniar con nosotros al igual que nuestro leales amigos de cuatro patas. Son animales extremadamente inteligentes y sensibles cuya bondad está fuera de toda discusión, no en vano la historia está llena de reseñas en las que estos valientes mamíferos han salvado o auxiliado en situaciones desesperadas a personas que se hallaban al borde de la tragedia. Nuestra "recompensa" por esta devoción, nuestro "agradecimiento" por este grado de lealtad se encuentra perfectamente ilustrado en Taiji. Espero que no salgamos impunes de todas estas salvajadas que cometemos regularmente por doquier y que la naturaleza en su serena sabiduría sepa devolvernos en su justa medida lo que nos merecemos.
     Recomiendo encarecidamente que si tenéis oportunidad de ver el documental The Cove lo hagáis, no es decididamente plato de buen gusto, pero sí necesario para conocer otro episodio más del vergonzoso comportamiento del ser humano en  su desafortunada andadura por este mundo.
    
    
  

viernes, 24 de junio de 2011

Él nunca lo haría

     Esta frase tan conocida me va a  servir como punto de partida para tratar un tema que me preocupa sobremanera, especialmente ahora que damos la bienvenida al verano con todo lo que acarrea para los animales... entre otras lacras, su abandono.


     Atrás quedaron las risas y las emociones que hubieron en el hogar cuando en Navidad se decidió ampliar la familia con un nuevo miembro. Ese chiquitín, convertido en el centro de atención de la casa y que tanta gracia nos hacía con sus torpes pasos y sus constantes lengüetazos de cariño, ha ido convirtiéndose poco a poco en una molestia constante,  ahora muerde los sofás (es juguetón y hay que enseñarle), se hace sus necesidades en una esquina (hay que acostumbrarlo, con paciencia, a que las haga en un lugar determinado), huele a perro (lógicamente, porque lo es), suelta pelos (nosotros también) y en la casa empieza a aparecer la "idea" de desembarazarse del capricho. Y digo capricho porque la gente vacía, carente de valores y de escaso nivel moral nunca lo ha visto de otra manera. La llegada del verano, con las consabidas vacaciones, es caldo de cultivo propicio para precipitar la decisión... hay que deshacerse de él.
     Mientras tanto, nuestro inocente amiguito, ha ido notando un cambio en la conducta de los que le rodean, de hecho ya no recibe tantas caricias, es apartado constantemente cuando se acerca alegramente a saludar a alguien... y ¿qué pasó con lo de jugar? ahora ya nadie juega con él y ese cariño que antes sentía ha desaparecido.
     Un buen día, el protagonista de esta historia nota un especial revuelo a su alrededor, la familia está azorada yendo de un lado para otro de la casa y bajando cosas al coche... ¿qué pasará? Siente una gran algarabía en los que le rodean, todo el mundo está contento... ¡magnífico!, lo pasaremos bien hoy. Es llevado en volandas hasta el vehículo y se sienta sobre el regazo de su amigo humano. Toda la familia lo mira y lo acaricia... vaya día que me espera, esto promete, piensa nuestro can.
     El viaje parece que se está haciendo largo pero por fin paran en un lugar (en medio de ningún sitio) que no conozco de nada ,piensa nuestro perrito. Y por qué me bajan aquí, ¿acaso querrán jugar conmigo a tirarme la pelota? Nuestro amigo es llevado un trecho hacia dentro del desértico campo que se extiende como un inmenso mar de soledad. Apenas sin tiempo para reaccionar ve alejarse con paso ligero a su "amigo" que se introduce presto en el coche y éste arranca rápidamente alejándose con enorme celeridad. El perrito, un tanto desorientado, echa a correr tras el vehículo pero lo único que consigue atisbar es un punto oscuro que cada vez se va haciendo más pequeño en el horizonte. Será un nuevo juego, barrunta nuestro pequeñín, creo que ahora volverán a buscarme....
     Van transcurriendo las horas lentamente, el sol es implacable justiciero y el calor ahoga, la sed se va adueñando del perro y la desorientación es más que patente. Un miedo incipiente comienza a hacer mella en él, aturdido va dando tumbos de un lado para otro sin reconocer absolutamente nada y en su interior la sensación de que algo va mal empieza a tomar cuerpo.
      El día da paso a la noche... ahora no se ve nada  y unos sonidos muy extraños aterrorizan a nuestro desdichado amigo que se acurruca junto a una piedra muy quitecito para no llamar la atención... ¿dónde está mi familia?
     Ya han pasado varios días desde aquel fatídico instante en que se quedó atrapado en un mundo que no conoce, un mundo hostil y peligroso que no le da tregua. Está muy hambriento y terriblemente cansado, pero la sed, sobre todo la sed es lo más horrible de todo. Va caminando sin rumbo fijo, todo es extraño e incomprensible, tiene miedo... ¡Qué sed tengo!.
     Hoy casi no me tengo en pie, mis ojos prácticamente no ven, mi lengua está agrietada por la sed y casi no soy consciente de lo que hay a mi alrededor... ¿dónde está mi familia?
     Parece que camino sobre algo negro con una raya en el centro... pero no estoy seguro y también tengo la sensación de que escucho un ruido que se va haciendo cada vez más fuerte, más próximo, ¿lo estaré imaginando? a lo mejor es mi familia que ha vuelto para recogerme. Sí, parece que algo grande se acerca con mucha rapidez y viene de frente... ¿serán ellos?


     Todos podemos imaginarnos el triste final de esta historia. Desgraciadamente muchos de los abandonos terminan de esta trágica manera u otras igualmente horribles. Y yo me pregunto ¿cómo es posible que una "persona" sea capaz de semejante acto de barbarie? Esos sentimientos tan cacareados como "humanos", ¿dónde se hallan? El perro, es sin lugar a dudas, el animal capaz de sentir mayor amor por un ser humano. Su entrega es total y sincera y su fidelidad no tiene límite, ejemplos como el de Hachi en Tokyo, el de Canelo en Cádiz, el de Clara en el cementerio de Safed en Israel o los de  Lobito y Ovejero en Argentina son simplemente una punta de lanza de infinidad de casos más anónimos pero con idéntico sentimiento. Un perro es un animal noble que no necesita caprichos ni comida exquisita, no nos va a exigir absolutamente nada, tan solo un poquito de atención y cariño, a cambio su lealtad, su amor y su devoción serán totales, ¿se puede pedir más a cambio de tan poco?.
     Os dejo aquí la historia de Fido, un perro italiano de Borgo San Lorenzo de corazón noble (como todos) y fidelidad absoluta hacia su amigo. Me negaré siempre a decir "su amo" o "su dueño", para mí son amigos, compañeros y como tales serán libres hasta su último día.

    
     En un pueblito italiano a finales de la década de 1930 había un joven de nombre Luigi quien adoptó y crió un perrito mestizo bautizado “Fido”. Cada mañana Fido acompañaba a su amo a la estación de ferrocarril situada a unos 2 Km. del hogar.
     El joven trabajaba en carpintería en una pequeña ciudad de la zona y para desplazase tenía que tomar el tren todas las mañanas, regresando a su pueblito a las 5.30 todas las tardes. Allí estaba Fido esperando a Luigi ,día tras día.
     Después de expresar con brincos y ladridos la alegría del encuentro con su amigo, Fido daba unas carreritas y saltaba en el monte todo contento, hasta llegar a casa. Esa rutina diaria fue interrumpida bruscamente cuando Luigi fue reclutado en el ejército y enviado al frente ruso en 1943. La interrupción fue para Luigi pero no para Fido quien ya no iba por las mañanas pero si se presentaba puntualmente todas las tardes en la estación del tren ,esperando el regreso de su querido  compañero.
     Fido oía de lejos apenas perceptible, el ruido de la locomotora. Todo tenso y esperanzado veía al tren pararse en la estación. Entonces iba de vagón en vagón, moviendo su colita y husmeando las escaleritas y los pasajeros que bajaban para identificar alguna huella de su  amigo. El tren se marchaba y la gente también. Después de esperar un ratito mas, Fido, triste y abatido con la cabeza baja y la cola entre las piernas ,regresaba solitario a su casa donde los padres de Luigi aún albergaban una chispa de esperanza de volver a ver vivo a su hijo amado . . . Luigi nunca volvió. Fue una víctima mas de la Segunda Guerra Mundial que mató decenas de miles de seres, algunos pecadores y criminales pero la gran mayoría, inocentes.
     Los meses y años pasaban. A principios de los 50, Fido tenía dificultades para desplazarse; no pudo escapar a los achaques de la vejez, tenía artritis. Sin embargo, no perdía esperanzas. A pesar de los dolores para movilizarse y las fuerzas que le mermaban cada vez más, él seguía con su rutina convencido del regreso de su compañero. El trecho de camino que hacía antes con ligereza en 15 minutos, tardaba ahora 2 horas, llegando a casa completamente agotado.
    Fue una tarde de invierno con fuerte viento y nevada. Fido dio sus últimos pasos sobre el blanco camino, se tambaleó y su noble corazón dejo de latir . . .
     Al día siguiente encontraron su pobre cuerpecito congelado y cubierto de nieve. Todo el pueblo lo conocía, todos lo lloraron, todos lo  habían visto hacer sus caminatas infructuosas y sabían lo que Fido buscaba desesperadamente. No fue difícil convencer a esa gente modesta y buena de colaborar en la construcción de una estatua dedicada a la memoria de Fido (la podéis ver en la foto del encabezamiento de la publicación), situada hoy en día al lado de la misma estación de ferrocarril que éste visitaba día tras día durante toda su vida.
     El epitafio: “Un ejemplo para todos los humanos de lo que es la máxima expresión del AMOR Y FIDELIDAD “.




martes, 21 de junio de 2011

Homenaje a Canelo


    

En determinadas ocasiones tenemos la inmensa fortuna de que pase por nuestras manos una historia que nos conmueva, que nos haga replantearnos el cómo o el porqué de las cosas, que abra ante nuestros ojos un universo de altruismo y de bondad... esta es la historia de Canelo y merece ser contada. 
  
 



     Canelo, perro de andares pausados y lánguida mirada, era el único apoyo de su amigo, un vagabundo aquejado de una grave enfermedad renal que le obligaba cada semana a pasar por la unidad de diálisis del Hospital Puerta del Mar de Cádiz. Para este aherrojado de la vida a quien el caprichoso dedo del destino le había dado cruelmente la espalda, la compañía del cariñoso animal era su principal consuelo, su única fuente de cariño en un mundo atroz y despiadado. Juntos caminaban con paso firme y ojos entristecidos por unas calles plagadas de orgullosa indiferencia, pero con atisbos de contenida felicidad en la esperanza de que ese día que acababa de empezar brillaría más que el anterior.
     Una buena mañana, ni mejor ni peor que cualquier otra de obligada visita al hospital, el enfermo se despide de su fiel compañero con una tierna caricia y su frase de costumbre: «espérame aquí, chaval». Canelo, obediente, se acurruca silencioso en una esquina de la entrada intentando pasar desapercibido de toda aquella barahúnda de andares apresurados y voces extrañas que se despliegan a su alrededor... y aguarda.
     En el horizonte, como una oscura premonición, nubes de tormenta entenebrecen el firmamento con tintes azabachados y las cumbres de los edificios se encapotan con el celaje de una niebla amedrentadora. La fatalidad, compañera inseparable de los más desafortunados, planea inmisericorde sobre el centro sanitario posando su decrépito aliento en la desgastada silueta del amigo de Canelo... no volverá a salir con vida del hospital. Tras una larga complicación, su cuerpo, desmadejado por el dolor y vapuleado por los rigores de una sociedad depredadora, deja de respirar y viaja en pos de un lugar más justo y bondadoso.
     Nuestro can, ajeno al suceso, sigue esperando con impertérrita abnegación a que su compañero salga como tantas otras veces de aquella puerta traidora. Trancurren las horas y un colosal trueno estremece la bóveda celeste con su horrísona carcajada. Canelo, algo inquieto, eleva sus nobles ojos al cielo y en su pensamiento se vislumbra una sensación extraña, parecida a «algo debe ir mal», pero no se mueve, continúa impasible en un recoveco de «la Residencia» esperando esa voz y esas caricias que tanto anhela.
     En su lento transcurrir, las horas se convierten en días y los días en semanas. Las semanas a su vez van dando paso a los meses y Canelo continúa aguardando a que la desgarbada figura de su compañero cruce el umbral de aquella puerta que lo engulló mucho tiempo atrás. Apenas come, su caminar se ha vuelto lento y su mirada más triste, pero entregado y fiel, acude diariamente a su cita con su nueva amiga... la soledad. Cuando llega cada mañana a su nuevo hogar, la entrada del hospital, no molesta a nadie, no perturba el pasisaje con su presencia, tan solo se hace un ovillo en una fría esquina y dirije sus nostálgicos ojos hacia el lugar por donde espera ver salir a quien le protege y le quiere... pero no aparece.
     Los meses van pasando con la inclemente lentitud de un recuerdo congelado por la tristeza dando una melancólica bienvenida a los años, que desfilan ante Canelo como un grotesco cortejo de pesares y sentimientos marchitos. Pero este ser maravilloso y excepcional sigue encaminando sus pasos, cada vez más cansinos y agotados, hacia el punto donde vio partir por última vez a su amigo en aras de una curación esquiva. Canelo, en su maravillosa sencillez no entiende que el azar, despótico e intransigente, se ha confabulado con las arpías garras de la muerte y no permitirá volver a su protector, a su amigo. No obstante, el perro, en su universo de sombras y bondad, continúa conservando un instinto ancestral donde atesora la esperanza de que en algún momento volverá a aparecer, y corretearán de nuevo por los parques y las plazas como hacían antaño en medio de aquellos divertidos juegos y sinceras carantoñas que simbolizaban todo el afecto que había entre los dos.
     Mientras tanto, el leal comportamiento de nuestro protagonista se ha convertido ya en un icono para el pueblo gaditano. Admirado y querido, ha conseguido sobrevivir a una artera denuncia impulsada por unos miserables carentes de compasión que ansiaban ver cómo sus frágiles y añosos huesos se amortajaban en la frialdad de una perrera. El clamor popular en forma de indulto oficial y permanente, impide el funesto desenlace, y el desgalichado contorno de Canelo prosigue su familar peregrinaje por las calles de Cádiz. Es acogido por gentes de bien en varias ocasiones, sin embargo, el honesto animal siempre se escapa, y no por capricho o desagradecimiento sino porque su sitio está en la puerta del hospital... esperando.
     Un frío día de principios de diciembre el sol se escondió tras un toldo negruzco, y la señora oscura, furibunda e insaciable, volvió a rondar despiadada por la apacible Tacita de Plata. Canelo, apenas sin energía, con la vista cansada y las articulaciones doloridas por el indolente paso del tiempo, cruza con esfuerzo la callejuela que le separa de su lugar de eterna espera. Un fuerte ruido embalsamado con las estridencias de la muerte le sorprende. Sus reflejos, otrora prestos, reaccionan con lentitud y no puede ver con la suficiente antelación cómo un vehículo conducido por un desaprensivo le golpea sin piedad, dándose cobardemente a la fuga. Nuestro héroe, transido por el dolor y tiñendo de púrpura el asfalto gaditano, gira con devoción su cabeza en un último y supremo esfuerzo por posar su mirada, que se va apagando de forma lenta e inexorable, en la puerta del hospital. Sus ojos, tranquilos y limpios, transmiten una gran serenidad... serenidad que tan solo puede provenir de un corazón puro. Su ensangrentado hocico esgrime una mueca parecida a una sonrisa de felicidad, porque a través de la brumosa niebla que se está formando a su alrededor puede ver a su compañero, a su amigo, que le sonríe y se acerca con los brazos abiertos para abrazarle y acariciarle como tanto echaba de menos. Canelo piensa: «por fin volvemos a estar juntos».  



      
     Esta es una historia completamente real, la de un ser excepcional, fiel y noble que supo ser libre y leal hasta la muerte. Doce años estuvo Canelo aguardando a que su amigo (me he negado en todo el relato a llamarle amo o dueño) saliese del hospital  en un ejemplo de amor totalmente maravilloso. Desde este teclado, con la mayor humildad de la que puedo hacer gala, mi más sincero reconocimiento para este perro cuyo excelso comportamiento me ha ayudado a intentar ser un poco mejor como persona. Mi admiración absoluta a este noble animal al que los gaditanos han honrado dándole su nombre a una calle y colocando una placa con una inscripción en la que se realza la lealtad de este perro extraordinario. Este es un homenaje para ti y solo para ti... Canelo.